Enlace a la publicación, El Observador, 28 de abril de 2022
La inflación vuelve a ocupar un lugar relevante en las agendas de los gobiernos y es hoy un problema a escala global. Las inyecciones de liquidez para mantener los tejidos económicos y sociales durante la pandemia alimentaron una demanda que sigue sin encontrar el contrapunto requerido en la oferta. La presión sobre los precios es acuciante y las herramientas clásicas de política monetaria y fiscal no solo parecen incapaces de resolver el problema, sino que, además, están generando otros desequilibrios que alejan aún más un horizonte de estabilidad
Muchas predicciones apuntaban a una normalización de la situación en pocos meses: los gobiernos irían absorbiendo liquidez del mercado. Además, los bolsones de ahorros de los consumidores, ya mejor protegidos contra el virus por las vacunas y con la actividad volviendo a la normalidad, irían disminuyendo. La producción global lograría desatascar sus cuellos de botellas. Un “pequeño gran” detalle o quizás sea más exacto decir dos, tornan inviable el último punto. Las cadenas de producción, en un récord histórico de globalización siguen con grandes problemas, porque en Moscú y en Pekín las agendas van por derroteros propios.
Los sueños imperiales de Putin y la insistencia del gobierno chino con la política de “cero COVID”, volvieron a complicar en poco tiempo la producción mundial. La invasión de Ucrania, y las sanciones impuestas a Rusia, afectaron de manera casi inmediata al mercado de alimentos y energético mundial y sus precios. Por otro lado, el presidente Xi Jinping insiste en aferrarse a la política de COVID cero, para asegurar su tercera reelección en noviembre como secretario general del Partido Comunista Chino y de la presidencia del país. China vendió su éxito relativo en términos económicos y sanitarios en base a esta estrategia. Hoy, a más de dos años de desatada la pandemia, cuarenta y siete ciudades chinas se encuentran en un estricto confinamiento, entre ellas Shanghái, el principal centro financiero y puerto del país. La industria automotriz y la electrónica mundial, altamente dependientes de componentes fabricados en China ya están acusando el golpe. El transporte marítimo mundial empieza a enlentecerse. El confinamiento severo de ciudades que representan el 40% del PIB chino, es decir el 10% del producto mundial puede tener un impacto muy preocupante en un mundo cada vez más dependiente de la oferta y la demanda china.
Mientras tanto, Occidente sigue sin encontrar respuestas consistentes. La clásica recaudación adicional vía impuesto inflacionario sumada a la derivada de una reactivación post pandémica ha dado cierto alivio a las arcas públicas. El dinero se está empleando para instrumentar medidas que intenten paliar la pérdida de poder adquisitivo de los salarios. La probabilidad que éstas acaben alimentando al monstruo y no matándolo, es alta. Sin darnos cuenta nos empezamos a mover al ritmo de una indexación y espiral inflacionaria de la que a la larga nadie saldrá beneficiado.
Las subidas de tipos de interés como herramienta están probando ser tan ineficientes ahora para enfriar los precios, como su bajada lo era antes de la pandemia para reactivar la economía. La carrera de aumentos en los tipos está dejando a algunas monedas lejos de niveles óptimos, comprometiendo sus exportaciones y generando unos egresos futuros altos para pagar los servicios de la deuda. La reactivación que apenas nos está dejando empatar con el nivel prepandémico, se ve amenazada por esta carrera al alza y la recesión nos espera seguramente en la meta.
Algunos pretenden hacer los deberes acumulados en tiempo récord. Por ejemplo, Europa intenta acelerar su transición energética hacia una menor dependencia del gas del este. Pero la reconversión energética demanda también unas materias primas, métodos de extracción e infraestructuras cuya disponibilidad no es inmediata y hoy también está muy acotada. América Latina sabe de eso.
Una mirada a la coyuntura actual nos pone de frente a una dolorosa evidencia. El capital, los recursos humanos y la producción pueden viajar desde hace décadas por el mundo con un alto grado de libertad. La globalización sacó a millones de la miseria y de la pobreza pese al manejo deshonesto de algunos populismos de sus consecuencias. Pero la integración ha sido solo económica. Muchas ideas y principios siguen encontrando puertas cerradas. China y Rusia, socios económicos de Occidente, utilizan su poder coercitivo sin que les tiemble el pulso. El presente nos muestra que sus objetivos políticos locales, aunque solo se trate de la permanencia en el poder de algunos, pueden colocarse por encima de cualquier consideración de estabilidad global.
La inflación no cederá hasta que los problemas en la oferta no se resuelvan y las cadenas de producción y distribución vuelvan a funcionar con normalidad. Mientras tanto seguiremos dando palos de ciegos. Esperemos no sean muy duros porque tenemos que volver a ponernos de pie y andar.