No perdamos más tiempo

Enlace a la publicación, El Observador, 3 de marzo de 2021

Desde la llegada de los primeros navegantes españoles y portugueses, hace ya más de quinientos años, los recursos naturales de la región continúan siendo las estrellas en todas las épocas de bonanza latinoamericanas.

Hoy estamos ante una nueva era. Las cadenas de producción se acortarán, haciéndose cada vez más locales y regionales. Gran parte de los recursos naturales finitos tenderán a ser sustituidos. El modelo de generación de riqueza de América Latina puede tener una fecha de caducidad más cercana de lo que creemos. Pero en cinco siglos la región aprendió muy poco en cuanto a desarrollar, apoyada en esa primera condición que la naturaleza dio a nuestro continente, otras ventajas competitivas sólidas y duraderas que la trasciendan.

Tras algunas décadas buenas, en las que el resto del mundo demanda las fuentes energéticas y los alimentos que el continente está tan bien dotado para producir, suceden otras menos gloriosas. América Latina borra con el codo lo que escribió   con la mano. Se estima que la crisis del coronavirus moverá el calendario de la región diez años hacia atrás. Millones de ciudadanos volverán a quedar sumergidos en la pobreza, los mercados domésticos volverán a la apatía; las infraestructuras seguirán rezagadas y lo más grave de todo, los sistemas educativos no se habrán adaptado a las necesidades del mundo actual.

En una comparativa con las zonas de mayor crecimiento del mundo; China y los llamados Tigres Asiáticos, que crecieron a un paso cuatro veces más acelerado que Latinoamérica desde 1980, vemos como éstos aplicaron políticas que impulsan factores claves de desarrollo y que en nuestra región han brillado por su ausencia.  Es cierto que parte de este desarrollo tan desigual puede ser explicado por los distintos modelos de crecimiento. En el caso asiático orientado hacia el sector industrial exportador, con amplio margen para dar importantes saltos en la productividad, mientras que el modelo americano nunca se pudo desprender de un crecimiento basado en las commodities, también de exportación.  Pero las políticas públicas no han sido ajenas a que el modelo asiático pudiera funcionar.

Invertir parte de los frutos de la bonanza económica para emprender enormes avances en materia de educación y una rápida incorporación a un mundo digitalizado, han probado ser grandes fortalezas del esquema asiático. Hoy China ocupa los primeros puestos en las pruebas PISA de la OCDE que evalúan las competencias en lecturas, ciencias y matemáticas de los alumnos de 15 años. Meritorio para una sociedad que hasta hace apenas cuatro décadas era extremadamente pobre. También vemos en estos primeros puestos a Corea del Sur, Taiwan, Singapur, superando por varios cuerpos a muchos países de Europa. Por el contrario, la mayoría de los países latinoamericanos exhibe unos resultados penosos en casi todas las áreas.

Algunas universidades asiáticas siguen escalando posiciones entre las mejores del mundo y se consolidan como generadoras de conocimiento. En un doble juego que intenta atraer talento académico de fuera y enviar jóvenes a formarse fuera; no asombra que China fuera capaz de desarrollar, a la misma velocidad que los laboratorios y las universidades punteras de Occidente, una vacuna contra el COVID-19. Con la infinita ventaja de una producción sobre cuya cadena tienen más control.

La competitividad digital es otra apuesta ganadora. La pandemia dejó claro cuanto más resilientes eran las sociedades más digitalizadas: para un mejor manejo de la epidemia, con mecanismos de rastreo de contagiados; para poder proseguir de la mejor manera posible con las actividades educativas y para permitir a gran parte de la economía seguir funcionando. Según algunos rankings de competitividad digital, Corea, Hong Kong, Taiwan aparecen en los primerísimos puestos. China normalmente entre los primeros veinte. Sin embargo, México, Argentina y Brasil están todos por debajo de la posición 50.

 Por último, a la inversión le gusta jugar con reglas claras. Aunque América Latina pueda en algunos casos vanagloriarse de sus sistemas democráticos, representa un gran hándicap que no siempre logre establecer instituciones fiables y generar confianza. Las democracias latinoamericanas son leídas a veces en clave de alternancia esquizofrénicas, de “borrón y cuenta nueva” entre la derecha y la izquierda, sin vocación alguna de construir políticas de estado, y poco abiertas a una integración regional que permita coordinar esfuerzos en áreas claves.


Apostar al conocimiento, el recurso productivo del hoy y del futuro; desarrollar más y mejores competencias digitales y madurar políticamente, son deberes ineludibles para América Latina. Pongamos manos a esta obra. No perdamos más tiempo.

Una respuesta a «No perdamos más tiempo»

Excelente. Y además comparto plenamente el enfoque. El problema en América Latina, al menos en el pequeño Uruguay, es que no veo (yo al menos) una comunidad de economistas pensando INSTRUMENTOS de política, no meramente lineamientos generales, de roles activos e inteligentes públicos de promoción del progreso más allá de las materias primas y fuera de los límites de la caja neoclásica.

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