Enlace a la publicación, En Perspectiva, 1 de Septiembre de 2020
Con la instalación de la segunda planta de UPM en Uruguay, seguí desde el otro lado del océano el debate con máximo interés, los argumentos a favor y en contra. Todos ellos muy válidos y atendibles. Sin embargo, me sorprendió no toparme con una cuestión que para mí era fundamental, ¿qué tipo de conocimiento podía transferir esta empresa?
Cuando China se abrió a Occidente parecía el matrimonio perfecto. Una de las partes aportaba el capital, la otra, la mano de obra barata y el potencial de su enorme mercado. Pero China tuvo siempre claro, que más allá del capital, la dote debía contener algo mucho más valioso: la transferencia de conocimiento. En pocas palabras, China no pretendía sólo erigirse en la fábrica rentable del mundo que fue en las pasadas décadas, quería que le enseñaran a hacer las cosas.
Ante un contexto que se avecina complicado a nivel global, es vital para Uruguay hoy entender que el conocimiento que viene asociado a la inversión extranjera es esencial para generar más valor, mayores niveles de productividad y por lo tanto mayor bienestar colectivo. Este no sólo atañe a cambios en los procesos productivos o la tecnología que incorporen, también a los modelos de gestión, a adaptarse mejor a las demandas cambiantes del mercado global.
Es lógico que la inversión llegue al país atraída todavía en gran medida por sus recursos naturales. Sus claras ventajas competitivas históricas en la producción agropecuaria tienen recorrido para seguir generando valor añadido. El sector no se duerme en los laureles. Acostumbrado a competir en los mercados internacionales, el fuerte tradicional de nuestra economía, nuestro exportador por excelencia, se digitalizó a pasos acelerados, entendió que adoptar tecnología puntera, añadía valor a su propuesta para el mundo. Es este uno de los matrimonios más felices de nuestra economía.
Buena parte de esta digitalización se vio apoyada por una de las industrias que también ha atraído más capital, más ideas y más conocimiento a Uruguay: la tecnología de la información. Es evidentemente más fácil adoptar conocimientos a todos los niveles en una industria relativamente nueva. Este sector tendría aún mucho más margen para desarrollarse, si no existiera un déficit de casi 2.500 técnicos para trabajar en él. Está claro que no generaremos ingenieros de la noche a la mañana. Mientras se da el ajuste necesario entre el sistema educativo y las necesidades del mercado laboral, es vital atraer talento de fuera, poniendo en marcha los mecanismos legales necesarios.
¿Qué sucederá con nuestro turismo, amenazado tan fuertemente en este contexto? El término “turismo permanente” empieza a cobrar fuerza. Algunos países como Barbados, Estonia o Georgia se han apresurado a expedir visas para trabajadores a distancia, categoría en la que la pandemia ha transformado a un alto porcentaje de los trabajadores del mundo. Uruguay tiene un gran activo para competir en esa dimensión. Hace años que el mundo nos lee en clave de “oasis” en la región, más allá de todas las cosas que quedan por resolver. Su notable andadura sanitaria en la pandemia contribuye a incrementar ese potencial. El buen nivel de sus telecomunicaciones, y un estilo de vida que gusta a tantos, crea las condiciones perfectas para dar a quien lo desee, la oportunidad de probar como sería vivir en el país y seguir conectado a su actividad laboral.
El capital, el talento, las ideas, las nuevas capacidades y las ganas de trabajar, de las que nuestro país se viene nutriendo desde hace años, seguirán entrando por las hendijas que dejemos abiertas. Pueden ser los factores determinantes para que esta coyuntura no paralice al país. Según el grado con que abramos las ventanas, acabarán permeando y encontrando oportunidades en los sectores de nuestra economía más reacios al cambio: parte de la industria manufacturera, y muchos de los servicios. La historia nos enseña que los “melting pots” son los mayores generadores de oportunidades, de cambio, de riqueza y desarrollo social. No crea que estoy pensando en Londres o New York. Estoy pensando en el Uruguay al que llegaron mis abuelos.