Enlace a la publicación, El Observador, 6 de abril de 2022
24 de febrero de 2022. Rusia invade un estado soberano a las puertas de una Europa con poca capacidad de respuesta. Un escenario inconcebible si Ucrania ya formara parte de la Unión Europea.
La historia del continente no es ajena a la violencia entre vecinos. Se desangró durante siglos. Con las heridas aún sin sanar, la creación de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, germen de la actual Unión Europea, reconcilió y blindó a una paz sostenible a dos enemigos históricos, Francia y Alemania. Fueron ellos los socios fundadores junto con algunos estados más pequeños. Los países miembro se comprometían a gestionar en común sus industrias de estos recursos, evitando así que ninguno de ellos pudiera producir armas de guerra para utilizarlas contra los demás.
Hoy en el bloque comunitario conviven 450 millones de personas. Su economía tiene un tamaño muy similar a la de Estados Unidos o China, comprende veintisiete países, veinticuatro lenguas. A pesar de las continuas profecías que anuncian su decadencia, la Unión Europea lleva varias décadas de sostenido e innegable crecimiento y sigue expandiendo sus fronteras. A algo más de sesenta años desde los inicios de su conformación, su estado de salud es sólido. Si la comparamos por ejemplo con la Unión Soviética al cumplir esa edad, vemos que el desarrollo económico continuado, los estándares de vida alcanzados, la seguridad en términos jurídicos para sus ciudadanos, empresas e instituciones, y los planes en marcha para el mediano y largo plazo, dejan al proyecto europeo en muy buena posición.
Los desafíos no son nada sencillos. Hablamos de naciones y estados muy heterogéneas . Desde el año 2004 se han incorporado más de quince países que apenas unos años antes formaban parte del bloque socialista. Algunos de ellos habían pasado de regímenes prácticamente feudales a una economía estatizada y planificada que acabó desmoronándose, sin llegar a desarrollar mecanismos democráticos sólidos en todo ese proceso. Asimismo, la integración de algunos países del sur en la década de los 80 había planteado retos complicados. Se sumaban economías con un nivel de desarrollo muy inferior. Sin embargo, aunque con tropezones, la convergencia económica entre estados sigue avanzando.
La creación de un mercado común potente ha probado ser un importante motor para los países que lo integran. En primer lugar para colocar los productos y servicios de cada uno, con exigencias altas en estándares de calidad y seguridad. También para abastecerse de las materias primas necesarias, y mucho más importante aún, para encontrar los recursos humanos, el talento y la formación no siempre disponibles a nivel nacional
No obstante, la mayor fortaleza de la propuesta comunitaria, por encima de las bondades del mercado común, radica en la existencia de instituciones supranacionales que logran blindar compromisos estratégicos, abstrayéndose del cortoplacismo político partidario de las agendas de los estados a nivel individual.
Pensemos por ejemplo en las imposiciones a mantener cierto orden en las cuentas fiscales, o los fondos acordados para la investigación científica con objetivos como la autosuficiencia energética o temas punteros para la salud, la digitalización o en materia de sostenibilidad. Más importante aún, detengámonos en la defensa de la legalidad, de los derechos cívicos, de la seguridad y la estabilidad para empresas y consumidores para operar en este mercado.
Por supuesto que esta Unión Europa tiene carencias. El escepticismo de muchos, que ya se ha cobrado la bajada de Reino Unido del bloque, no puede seguir siendo ignorado. Quizás por el carácter excesivamente tecnocrático de las cúpulas y los equipos de gestión en Bruselas, existe una cierta desconexión con los ciudadanos. Apostaría fuertemente a que en una encuesta en la calle, la mayoría de los europeos no sabrían indicar cuáles son hoy los objetivos de la Unión Europea.
Podría aportar muchas cifras para demostrar mi admiración por esta enorme empresa de pacificación y construcción colectiva. No olvido que por distintas circunstancias mis abuelos no encontraron lugar aquí. Es por ello que valoro aún más cómo este continente tras dos guerras devastadoras se supo levantar y pacificar y siguió sumando socios a un proyecto común e integrador. Celebro la libertad de los jóvenes europeos que buscan formarse o insertarse en el mercado laboral y tienen la suerte de poder considerar para ello el mapa de Europa como si fuera el plano de su ciudad.
Pero no puedo dejar de pensar en quienes aún están fuera de esta familia de convivencia e historia difícil, como casi todas las familias. Ucrania quedó desamparada y fuera, acosada y violentada por un vecino que no hubiera osado ninguno de estos actos terribles con un país miembro de la Unión Europea. Al viejo continente le quedan todavía muchas lecciones que aprender y menos tiempo para perder.