Enlace a la publicación, 14 de mayo de 2020
¿Recuerda usted, la experiencia de acarrear pesadas piezas de equipaje por aeropuertos, estaciones de tren, etc.? Estoy segura de que en caso de contar ya algunos abriles lo recordará. La primera maleta con ruedas, delicia de todos los viajeros, no fue comercializada hasta el año 1987. El hombre había inventado la rueda hacia el año 3.500 antes de Cristo. Los baúles, predecesores de las maletas eran ya objetos de uso común en el imperio romano.
¿Cuál podría ser un argumento lógico para entender este sufrimiento infligido al viajero durante siglos? ¿Qué justifica nuestra incapacidad para relacionar dos creaciones casi exclusivas del homo sapiens: rueda y maleta? No olvidemos que al mismo tiempo habíamos logrado grandes hazañas como surcar los cielos cual aves o salir al espacio.
La explicación radica en nuestra tendencia suicida a trabajar en parcelas, áreas de actividad y conocimiento demasiado cerradas; demasiado desconectados de las necesidades o aspiraciones del otro; y escasamente propensos a inspirarnos en ideas que usamos, como en este caso, cotidianamente desde hace miles de años. La innovación, en un entorno demasiado cerrado no encuentra un buen hábitat para florecer. Es díscola, necesita salir de paseo. Camina con la mirada hacia el futuro, pero cada tanto debe mirar al costado, a veces hacia atrás en la historia, otras veces conectando ideas de sectores y actividades muy dispares.
La irrupción del Coronavirus, al igual que otros fenómenos que han sacudido a la humanidad, crea en medio del dolor y los múltiples desafíos, excelentes condiciones para la innovación. ¿Por qué? Porque innovar es crear valor y para ello es necesario abrir los vasos comunicantes entre individuos y organizaciones. Esto acelera el proceso de captar necesidades, aspiraciones y valores, motor fundamental del proceso innovador.
Esta pandemia acortó los lazos que nos articulan como sociedad, nos sentó juntos a la mesa, puso nuestro “cerebro social” a trabajar, a establecer nuevas conexiones y con ello a generar ideas.
El aluvión de novedades surgidas en un período tan corto de tiempo es difícil de seguir. Las propias organizaciones se miran asombradas de haber sido capaces de generar tanto en tan corto plazo. Algunas son respuestas rápidas para paliar la crisis sanitaria. Las propuestas de respiradores, material de los que algunos sistemas hospitalarios entraron rápidamente en déficit, son un claro ejemplo de ello. El “respirador charrúa” diseñado por el Dr. Roberto Canessa y un equipo de investigadores en Montevideo, sustituye el sistema manual de bombeo de oxígeno a los pacientes por uno automático, que utiliza el pequeño motor de los limpiaparabrisas. Una empres
a italiana adaptó máscaras de buceo y las convirtió en respiradores.
Varias empresas se han lanzado a desarrollar aplicaciones para nuestros teléfonos. El oyente estará seguramente familiarizado con Coronavirus.uy, que conecta a los ciudadanos con los prestadores de salud, siguiendo un orden de prioridades de acuerdo con los síntomas declarados. En el mundo, otras aplicaciones proponen que, utilizando el rastreo de nuestros pasos en los últimos días y manteniendo nuestra privacidad, podamos informar y ser informados por la red de personas con las que nos hemos cruzado, en caso de haber contraído el virus.
Empiezan a abundar las propuestas de artículos varios para mejorar la higiene de oficinas, locales comerciales, medios de transporte: alfombrillas desinfectantes de las suelas de los zapatos, mejoras en los sistemas de filtrado del aire acondicionado, etc. Se acelera el proceso para se activen con sensores un sinfín de elementos, como por ejemplo las puertas de los baños públicos.
El arte ha acudido una vez más a nuestro rescate en situaciones que por momento se han tornado angustiosas. Han surgido propuestas maravillosas que nos permiten acudir a conciertos online, participar en visitas guiadas a los museos, asistir a magníficas puestas en escenas de las mejores compañías teatrales del mundo, etc.
La mayoría de estas innovaciones, tienen por delante un largo recorrido, mucho más allá de la pandemia. El golpe doloroso que recibimos nos obligó a abrir los vasos comunicantes, un estímulo increíble para nuestro espíritu innovador. Entre todos los aprendizajes que nos deja el COVID-19, éste es muy importante: sigamos sentándonos juntos a la mesa, es esta una fórmula infalible para la generación de nuevas ideas.