Enlace a la publicación, El Observador, 30 de diciembre de 2020
La pandemia me dejó una ventana abierta a finales de noviembre para volver a Montevideo. De la manera que se nos abren las ventanas en pandemia. Sin garantías en el tiempo.
Me sorprendieron gratamente algunas cosas. Por ejemplo la calidad de la arena en las playas, arena que intuyo debe ser así de espectacular desde hace cincuenta y tres años, el tiempo que la conozco, pero me hizo falta más de treinta años viviendo fuera y un sacudón que alteró nuestras vidas, para poder apreciar en su totalidad.
Puede que gracias a estas a nuevas percepciones que me gusta definir “de inspiración pandémica”, valoré más que nunca las horas de charla; las puestas al día, los análisis, los sueños y las dudas compartidas, algunas desazones , pero también muchas esperanzas.
Mi vocación hedonista, disfrutó especialmente de un panorama gastronómico que durante décadas parecía inamovible y se ha transformado en los últimos años. Cartas renovadas que abren paso al mundo del tapeo e incorporan nuevos ingredientes, dejan traslucir sin equívocos, el trabajo de algunos profesionales que se formaron fuera y la avidez de un público que se muestra cada vez más abierto a experimentar . Pensé en ello soñando, mientras buscábamos en vano espectáculos de música en vivo, con amigas por la Ciudad Vieja y contrariamente a la prédica local del “acá no se puede”, que muchas cosas sí se pueden. Había más gente buscando música, había locales vacíos, había músicos en sus casas. Y hay un casco histórico, con todo el potencial de transformarse en una mini Dublín.
Un capítulo especial merece la nueva oferta de vinos. Me impresiona la calidad que se está logrando en algunas variedades como el albariño, que goza de mi más descarada preferencia , y parece haber encontrado en nuestro suelo un hábitat tan propicio. Tanto como lo encontró hace ya un siglo la morriña gallega, a quien quizás debamos atribuirle en gran parte, nuestros dejos melancólicos y tristones, esos que quienes nos miran desde fuera señalan como uno de nuestros sellos característicos.
Rezongué con mis dificultades para operar en Internet con mis tarjetas de crédito de fuera, para cosas tan simples como comprar entradas para espectáculos. Con niveles de conectividad tan buenos y un sector financiero razonablemente desarrollado, no se explica que a un turista que no tiene como yo la suerte de poder recurrir a algún alma caritativa que lo socorra, no logre hacerse de entradas a eventos culturales en Uruguay, desde su ordenador.
Agradecí y agradezco enormemente la posibilidad de obtener una tercera dosis de la vacuna contra en Coronavirus en Uruguay. Viajé unos días antes de poder agendarme en Londres, pero sin ningún problema solicité mi hora en Uruguay. Mientras esperaba apenas, en un procedimiento super organizado en el Hospital de Clínicas, me llegaba un mensaje de mi hermana “acordáte que ahí trabajó muchos años papá”. Me emocioné recordando a mi padre, pero también a ese gran posibilitador que fue la sociedad uruguaya en su momento. Mi padre era hijo de inmigrantes con escasa educación formal que huyeron de la miseria y de los tiempos oscuros que le esperaban en Europa. Fue la educación pública, el instrumento de mayor validez para promover la movilidad social en el mundo, la que lo ayudó a ser el primer médico egresado de su generación. Utilicé mi cuota de morriña para añorar esa otra gran herramienta que está en la base de la construcción del Uruguay moderno y que claramente ha perdido, al menos su carácter integrador.
Ya en mis últimos días y como broche de oro, asistí al concierto histórico de Jaime Roos en un Estadio Centenario renovadísimo y colorido. Quedé maravillada con su banda tan profesional, con el recorrido de su carrera, construida éxito tras éxito y volví a pensar “claro que acá sí se puede”.
Me quedo pensando en la cantidad de charlas. En que todos tenemos distintas ideas acerca de muchos temas: el papel del Estado, los niveles deseables de redistribución, las herramientas que son vitales para un desarrollo económico integrador. De lo que creo no debería existir ninguna duda es que en Uruguay sí se puede.
Gracias a todos quienes me regalaron algo de su tiempo para compartir. Espero volver pronto. Me voy, me vivo yendo, pero siempre vuelvo.