Enlace a la Publicación, El Observador, 17 de enero de 2021
Estados Unidos y Reino Unido fueron los países en desarrollar las primeras vacunas para combatir el COVID. Sin embargo, ambos están lejos de poder demostrar números ejemplares en el manejo global de la pandemia. ¿Refleja esto una coexistencia de élites solventes encerradas en laboratorios y por el otro lado, clases políticas incompetentes, timoneando la situación?
Estas dos áreas de la vida de nuestras sociedades, la del asesoramiento científico y la de la decisión política, han sido fundamentales en el manejo de esta crisis en todos los países afectados, con diversos grados de interacción y colaboración. Es difícil encontrar un país en el mundo donde los ciudadanos estén indignados con sus científicos. Tanto como encontrar uno donde al menos una parte de la población no cuestione el accionar de su respectivo gobierno.
Cada año circulan distintos tipos de rankings, algunos con mejor reputación que otros calificando a las mejores universidades del mundo. Aunque con alguna discrepancia entre ellos, el reparto suele adjudicar seis de estos puestos a universidades estadounidenses y cuatro de ellos a universidades británicas. ¿Acaban los estudiantes de esas universidades de excelencia muy alejados de la vida política?
En el caso de Estados Unidos, un 8% de los representantes en el Congreso tienen un título de una de las universidades de la Ivy League, la selecta lista de las mejores del país. En el caso del parlamento británico, el 50% de sus representantes, tienen un título de una universidad del Russell Group (un homólogo de la Ivy League americana), y en concreto el 20% de ellos son egresados de Oxford o Cambridge, las dos instituciones académicas más prestigiosas. No parece que le falte a la vida política excelencia académica.
Ambas dimensiones, la ciencia y el accionar político se enfrentaron a problemas muy complejos, en un entorno de gran incertidumbre. Para la ciencia, al principio no estaba claro cuáles eran las condiciones que parecían facilitar más la propagación del virus y que por lo tanto había que evitar. Pero con el correr de los meses se fueron develando algunas incógnitas, así como implementando mejoras en los tratamientos de los pacientes que lo necesitaban. Finalmente, y en tiempo récord se desarrollaron vacunas, el recurso con el que enfrentamos a todos los virus que retan a nuestras sociedades. Nuestro cuerpo es de alguna forma engañado y cree que ya hemos pasado el virus. De esta manera el sistema inmunológico crea una memoria del Covid- 19 y está mejor preparado para combatirlo en un futuro.
Lamentablemente el quehacer político no dispone de una herramienta similar. Los impactos de no poder interactuar normalmente no solo tienen unas consecuencias desastrosas en la actividad económica, también en muchos aspectos emocionales, en el ejercicio de nuestras libertades y en definitiva en nuestra cohesión social. El desafío biológico del virus es claro, pero es identificable y gracias a un enorme esfuerzo de la comunidad científica, se lo aísla, se lo enfrenta, se lo vence. Sin embargo, las consecuencias que deja en nuestro tejido social, tras ya casi un año de estar entre nosotros es nefasto y no tenemos una vacuna para auto engañarnos.
Quizás en un futuro contemos con mecanismos que nos permitan ir más allá, con instrumentos de decisiones muy sofisticados que sean capaces de maximizar en condiciones tan adversas, el beneficio social, teniendo en cuenta la enorme complejidad del sistema de variables involucrado. Un beneficio social que paradójicamente en la mayoría de los casos resulta insuficiente para distintos segmentos a nivel individual.
De momento delegamos las decisiones importantes para nuestra vida en sociedad, en seres humanos como nosotros. Pueden estar mejor o peor preparados para la tarea, ya sea por su formación académica, por su trayectoria de vida, por sus condiciones innatas o por diferentes combinaciones de éstas. Pueden tener mejores o peores intenciones y comprender que gobiernan para el conjunto de la sociedad y no para un grupo de interés. Pueden saber asesorarse mejor o peor, liderar, comunicar y convencer, mejor o peor. Pero en casi todo el mundo están pasando una prueba de fuego.
En nuestras sociedades democráticas no debemos dejar de exigirles responsabilidad y buen tino en la tarea que desempeñan. Pero debemos tener en cuenta que el desafío es enorme, que los equilibrios que hay que mantener para que no se rompa nuestro entramado social son muchos. Las soluciones para este tipo de problemas tan complejos, no las encontraremos en los laboratorios. Y, sobre todo, nosotros somos una especie inteligente. No existe vacuna que nos pueda engañar como al Covid_19.